Por Viviana Uliarte |
Tengo 58 años. Hace 5 años que practico Tai Chi Chuan Tradicional de la Familia Yang y no dejo de maravillarme.
Un poco de historia: estudié abogacía (horas y horas de estudio, sentada). Dirigí una agencia de publicidad (horas y horas de oficina, sentada). Fui manager de un músico de rock (horas y horas de oficina, aeropuertos, pruebas de sonido y shows, sentada!). Claramente, una vida sedentaria. Nunca practiqué deportes, viví con ropa formal y zapatos con taco alto, realmente alto, desde muy jovencita.
Hasta que un día de 2012, por atravesar complejas situaciones de vida, empecé a practicar Tai Chi Chuan, sólo para “parar la cabeza”, ese era mi único objetivo. Desde el día uno, me produjo una sensación de alivio, de alegría, de comodidad inexplicables.
A muy pocos meses de comenzar, en 2013, fui por primera vez al Jardim do Dharma y ese viaje fue realmente un punto de inflexión. Todo cambió. Mis intereses, mis hábitos, mi entorno. No más tacos, puras zapatillas. No más trajecitos, pura ropa de práctica.
Tengo el privilegio de ser formada, desde el día uno, por los Maestros de la Familia Yang.
Angela Soci y Roque Severino, en cada viaje, me hacen crecer a pasos agigantados. Luego los Seminarios con el GM Yang Jun, ocasiones en las que cada minuto es transformador, cada explicación profundiza la comprensión del Arte. Y hoy, los viajes regulares a Rosario, con el Maestro Ruben Coirini que explica, muestra, corrige y alimenta las ganas de avanzar y mejorar cada día más.
Sin duda, que mi formación esté en manos de estas cuatro personas, hace la diferencia. Me siento absolutamente privilegiada.
Con respecto a mi salud, mejoró mi equilibrio, mi estado de ánimo, mi coordinación y, objetivando datos, la comparación de una densitometría de 2013 y la de 2016, dice que aumenté mi densidad ósea un 5%, cuando lo esperable, para mi edad, sería haber perdido un 10% en estos tres años. Nada que discutir. Dato ajeno a mis sensaciones de alegría o confort. Máquina fría que certifica uno de los beneficios de la práctica constante.
Capítulo aparte para las amistades que me ha traído el Tai Chi Chuan. No es menos importante, hacen a mi calidad de vida. Vínculos de todos los colores. Con algunos, entendimiento instantáneo, con otros, temas a trabajar como empatía, compasión, cada uno para ayudarme a mejorar. Amistades entrañables con personas a las que veo, con suerte, dos veces al año y que parecen pertenecer a mi vida desde siempre. A todos, profundo agradecimiento.
El Tai Chi Chuan Tradicional de la Familia Yang mejoró mi vida, mi salud, mis relaciones, mi vínculo con mis hijos (son los más agradecidos!), mi manera de enfrentar las distintas situaciones que presenta la vida. Es, sin dudas, un gran transformador.
Tengo la bendición de haber encontrado el camino y hoy, de compartirlo con mis alumnos a quienes trato de transmitir, lo más fielmente posible, las enseñanzas recibidas.
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